martes, 26 de marzo de 2013

Los lenguajes no verbales en la oratoria


Por Héctor Salinas Castellanos
      Comunicador Social y Periodista
       Especialista en Comunicación
       hector.salinas@uptc.edu.co



Para nadie es un secreto que la clave del éxito en el campo profesional, político, económico, laboral, profesional y en todos los ámbitos de nuestra vida depende de las habilidades para hablar, comprender, escribir y escuchar.  Cada una de estas capacidades son importantes para alcanzar el liderazgo, pero la expresión oral y particularmente los lenguajes no verbales son cruciales, ya que reafirman o invalidan todo cuanto manifieste el orador.

La efectividad al entregar un mensaje radica no solo en lo que se dice sino en “cómo se dice”. El contenido del mensaje es importante, pero mucho más, la forma como el orador lo entrega a su auditorio. 

De esta habilidad depende que se genere una verdadera empatía, confianza, seguridad, convicción, motivación e interés de parte de quienes reciben el mensaje.  

Los verdaderos líderes tanto a nivel nacional como mundial, son aquellos que poseen una gran capacidad al exponer sus ideas de forma clara, sencilla, precisa y natural. Ha quedado demostrado que los lenguajes no verbales tienen más impacto en la oratoria que las palabras y el discurso. 

El resultado de una investigación publicada por History Channel, indica que las expresiones no verbales tienen un 93 por ciento de importancia frente a las palabras, lo cual evidencia su gran impacto en la presentación de un mensaje oral. Las palabras solo tienen el 7 por ciento de importancia en la presentación oral del mensaje.

La comunicación oral, la constituye los movimientos corporales, el tono de la voz, la mirada, el manejo de las manos, las micro expresiones faciales, las emociones, el estado de ánimo y muchas otras actitudes que se manifiestan inconscientemente y con mayor contundencia cuando nos enfrentamos al público, o simplemente cuando sostenemos una conversación.

Los movimientos corporales

Son los comportamientos del cuerpo que se manifiestan cuando nos dirigimos al público, muchos de los cuales manifestamos inconscientemente.  Se debe tener cuidado en no incurrir en algunas actitudes que no solo pueden distraer la atención de nuestros interlocutores, ya que hacen que nuestro mensaje pierda por completo la atención y el interés de quienes nos escuchan. Caminar agachados, frotarse y cogerse las manos,  hacer movimientos de hombros y de cintura innecesarios, inclinar la cabeza, poner las manos en los bolsillos, respirar profundamente, mostrar inseguridad y desconfianza, sentarse de forma descuidada, ser muy rígidos al estar de pie, distraer la mirada, realizar movimientos exagerados al caminar, mirar con sorpresa, exagerar los movimientos de la boca y los labios, cogerse la nariz, pasarse las manos permanentemente por el cabello y perder la naturalidad; son entre otros,  signos delatores de inseguridad, desconfianza y temor.

El público es como un espejo para el orador, ya que su forma de manifestarse corporalmente se ve reflejada en las reacciones que el auditorio asume. Si la exposición resulta amena, entonces, reaccionará de manera atenta demostrando interés y deseo de participar; mientras que, si la intervención no es agradable, el orador verá a un público aburrido, desinteresado y frío.

Mirar al público es importante, sin que esto signifique centrar la atención exclusivamente en una sola persona o en una sola parte del auditorio. La mirada no puede distraerse en situaciones que no interesen al público. Cuando fijamos la mirada en el techo piso, o uno de los lados del auditorio, estamos expresando dudas y falta de seguridad.

El tono de la voz en la oratoria

Aunque no parezca, el tono de la voz, hace parte de los lenguajes no verbales y juegan un papel trascendental en el discurso porque le dan vida al significado de las palabras en la medida que el orador imprima el acento que corresponda cada parte del discurso. Solo así logrará despertar en sus interlocutores emociones y sensaciones.

El tono tiene que ser muy expresivo, es decir, que muestre sentimiento, emoción, intensidad y pasión. Los mensajes de alegría deben manifestarse con regocijo; los de tristeza, melancolía. El tono en un discurso debe acoplarse con el significado de las palabras.

Para darle el tono propicio a las palabras no se necesita utilizar un volumen alto, ni un ritmo melódico exagerado; lo que se requiere, es que el orador le dé la acentuación precisa, el realce y el sentido a las palabras del mensaje.

En un mensaje, la voz no es tan importante, pero el tono sí. Tienen razón aquellos que dicen que a los oradores los podemos comparar de la misma forma que a los cantantes: “los cantantes que tienen buena voz, pero no saben cantar” y “los cantantes que no tienen buena voz, pero sí saben cantar”. En las canciones, poemas, narraciones, descripciones, producciones pictóricas y en todas manifestaciones del arte, está la expresividad para darle vida, color y esencia a todas las obras artísticas, literarias y culturales.

Leer un discurso sin el tono adecuado, es como declamar un poema o interpretar una canción sin ponerle el sentido que requiere el texto.  Los tonos planos y rígidos harán que se pierda el interés del discurso.  “El tono es como el aliño que se aplica a los alimentos para darle sabor”

La modulación, la dicción, la vocalización, la inflexión, el ritmo y el estilo son características del buen orador, pero se recomienda mantener un ritmo adecuado al hablar, que no sea muy rápido, ni pausado y con un volumen de voz moderado; es decir, ni muy alto, ni muy bajo. 

El Periodista y escritor Juan Gossaín, señala: “El buen orador debe ser un verdadero actor ante su público”. En una entrevista que concedió a su colega, Germán Díaz Sossa, para el libro: Así se habla en público, coincide en afirmar que la voz no es tan importante, sino los matices. Sobre el particular, enfatiza: El buen orador debe ser capaz de actuar un poco con la voz. Que le ponga el tono que requiera el momento; intimista o de enojo e indignación si se requiere; que el actor no sea el orador sino su voz.

Un mago y un genio absoluto de los matices de la voz, era Jorge Eliécer Gaitán. Él hablaba como doctor ante los doctores y como gamín en los parques de Bogotá. Ese era un genio en el manejo de la voz. 

Gaitán se sintonizaba con el auditorio; y lo que es más interesante, no importando que auditorio fuera. Era capaz de cautivar a los emboladores, pero también a un jurado de abogados participantes en un foro o en un juicio. También en los famosos viernes culturales que hacía en Bogotá, en el Teatro municipal. Todo esto se puede escuchar en los discos, en las grabaciones que hay de Gaitán. Los discursos dependían mucho de los tonos y los tonos de los temas y de quienes estaban presentes.

En la oratoria, hay que empezar por convencerse así mismo. El que no sea capaz de convencerse así mismo de lo que está diciendo, no convence a los demás. Eso es importante en un orador: que sea él mismo, que se crea su propio mensaje antes de compartirlo con los demás. 

Los mejores oradores que yo he oído en Colombia son hombres que no se despeinaban nunca. Alberto Lleras, por ejemplo, o el expresidente López Pumarejo, exponía muchas ideas en sus discursos.

Por lo general, un orador es malo cuando se dedica a hablar por hablar. Eso es básico para el fracaso. Cuando sacrifica las ideas por la retórica y cuando lo único que le preocupa es la voz, es lo que ha llevado al fracaso a tantos oradores en Colombia. Un orador es auténtico cuando sus expresiones son muy naturales e impregna a las personas del estado de ánimo que experimenta en una alocución.   

Un orador debe ser inteligente. “La mejor expresión de inteligencia de un buen orador es el sentido del humor” y cuando tiene ideas que sepa exponer. Pueden ser barbaridades, pero que exponga cosas, que diga cosas, porque al fin y al cabo es lo que realmente mantiene el interés de quienes lo están oyendo. 

Por su parte, el Padre, Gonzalo Gallo, indica que la humildad es un elemento fundamental en la comunicación frente a grupos. Lo dice con estas palabras: “El conferenciante debe tener humildad para vivir aprendiendo, para evitar la inflación del ego, para aceptar las críticas y auto-criticarse; y sobre todo para aceptar que no es un Dios, sino solo un instrumento de Él”.